jueves, 28 de enero de 2010

adios salinger




En 1951 alguien contó la historia del "mentiroso más fantástico del mundo". Cuando el narrador de una historia se declara como mentiroso, da por imaginar que el lector mira un túnel dentro de otro túnel. Un lobo con la boca abierta que escode dentro otro hocico más negro que el primero. Estoy hablando de Catcher in the Rye. el guardian del centeno, el guardian oculto.
La historia cuenta la lucha de Holden Caufield, un pendejo mimado de 16 años, contra la proximidad de la vida adulta. Holden, narra su historia desde una bestia interior confundida y asustada, que parece comprender, no solo el entramado existencial de su corta vida, sino que además parece comprender su calidad de personaje ficticio, en una historia ficticia.

¿pero no somos todos en verdad malas voces en la canción de la vida?
¿no estamos todos, conscientes que la existencia es a veces un libro abierto bajo la lluvia que va borrándose en forma irremediable?
Preguntemos al autor del Guardián en el Centeno, Jerome Salinger, quien murió hoy a los 91 años (primer escritor muerto en el 2010), probablemente sintiendo un profundo rechazo hacia el mundo, automarginado en una cabaña de New Hampshire.
Preguntemos si vamos a desaparecer.

Pero, como les decía, me recorrí toda la Quinta Avenida sin corbata ni nada. De pronto empezó a pasarme una cosa horrible. Cada vez que iba a cruzar una calle y bajaba el bordillo de la acera, me entraba la sensación de que no iba a llegar al otro lado. Me parecía que iba a hundirme, a hundirme, y que nadie volvería a verme jamás. ¡Jo! ¡No me asusté poco! No se imaginan. Empecé a sudar como un condenado hasta que se me empapó toda la camisa y la ropa interior y todo.
Luego me pasó otra cosa. Cuando llegaba al final de cada manzana me ponía a hablar con mi hermano muerto y le decía: «Allie, no me dejes desaparecer., No dejes que desaparezca. Por favor, Allie.» Y cuando acababa de cruzar la calle, le daba las gracias. Cuando llegaba a la esquina siguiente, volvía a hacer lo mismo. Pero seguí andando. Creo que tenía miedo de detenerme, pero si quieren que les diga la verdad, no me acuerdo muy bien. Sé que no paré hasta que llegué a la calle sesenta y tantos, pasado el Zoo y todo. Allí me senté en un banco. Apenas podía respirar y sudaba como un loco. Me pasé sin moverme como una hora, y al final decidí irme de Nueva. York. Decidí no volver jamás a casa ni a ningún otro colegio. Decidí despedirme de Phoebe, decirle adiós, devolverle el dinero que me había prestado, y marcharme al Oeste haciendo autostop. Iría al túnel Holland, pararía un coche, y luego a otro, y a otro, y a otro, y en pocos días llegaría a un lugar donde haría sol y mucho calor y nadie me conocería. Buscaría un empleo. Pensé que encontraría trabajo en una gasolinera poniendo a los coches aceite y gasolina. Pero la verdad es que no me importaba qué clase de trabajo fuera con tal de que nadie me conociera y yo no conociera a nadie. Lo que haría sería hacerme pasar por sordomudo y así no tendría que hablar. Si querían decirme algo, tendrían que escribirlo en un papelito y enseñármelo. Al final se hartarían y ya no tendría que hablar el resto de mi vida. Pensarían que era un pobre hombre y me dejarían en paz. Yo les llenaría los depósitos de gasolina, ellos me pagarían, y con el dinero me construiría una cabaña en algún sitio y pasaría allí el resto de mi vida. La levantaría cerca del bosque, pero no entre los árboles, porque quería ver el sol todo el tiempo. Me haría la comida, y luego, si me daba la gana de casarme, conocería a una chica guapísima que sería también sordomuda y nos casaríamos. Vendría a vivir a la cabaña conmigo y si quería decirme algo tendría que escribirlo como todo el mundo. Si llegábamos a tener hijos, los esconderíamos en alguna parte. Compraríamos un montón de libros y les enseñaríamos a leer y escribir nosotros solos.

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INSTRUCCIONES PARA PONERSE LA CORBATA